El cultivo y la producción de narcóticos representan una seria amenaza para el
ambiente en la región andina y el sureste de Asia, centros mundiales de las
industrias de la cocaína y de la heroína. Aunque no se puede evaluar la
totalidad del impacto ambiental del narcotráfico, es claro que están ocurriendo
severa deforestación de los bosques tropicales y contaminación de las cuencas.
Las consecuencias locales sobre el suelo, la hidrología y la biodiversidad son a
menudo devastadoras y pueden retrasar por varios años la introducción de
cultivos alternos. La atención del público no se ha concentrado en tales
problemas, ya que la publicidad se ha enfocado en resaltar los efectos
supuestamente negativos de los programas de erradicación con herbicidas, aunque
el herbicida utilizado, el glifosato, casi no representa riesgos humanos,
animales o ambientales.
Los cultivadores de droga en la región andina y el sureste de Asia
prefieren ubicar sus cultivos en zonas selváticas alejadas, casi siempre en
terrenos montañosos y empinados. La delgada capa vegetal y el difícil acceso a
dichas zonas generalmente desestimula la producción de cultivos lícitos. Para
preparar el terreno para los cultivos ilícitos, los bosques son arrasados y
quemados antes de sembrar la coca. Debido a la poca fertilidad y a la necesidad
de evadir a las autoridades, los campos son abandonados después de dos o tres
siembras y se abren nuevos campos selva adentro. Esta práctica acelera la
deforestación y destruye entre otros, recursos madereros que de otra manera
podrían estar disponibles para un uso más sostenible de la tierra selvática.
Adicionalmente, la práctica recurrente de sembrar en un suelo tan frágil puede
llevar rápidamente al deterioro ambiental y al agotamiento de los recursos
naturales, especialmente a la erosión del suelo y a la pérdida de la capa
superior y la sedimentación río abajo.
La deforestación causada por el cultivo de narcóticos en las cuencas
montañosas aumenta la gravedad de inundaciones y sequías. También puede reducir
las fuentes de agua en valles bajo zonas gravemente deforestadas, debido a la
fuga de aguas subterráneas y a la mayor sedimentación de los arroyos. Estudios
ecológicos demuestran que muchos bosques tropicales no cultivados se
caracterizan por suelos infértiles con partículas de arcilla y limo, de textura
porosa de mediana a fina, las cuales fácilmente se erosionan a no ser que las
raíces de las plantas sostengan la tierra y absorban grandes cantidades de agua.
Hasta los terrenos cultivados con coca son propensos a la erosión porque estas
plantas perennes no son tan efectivas como el bosque tropical para absorber agua
y mantener la tierra en su sitio. Adicionalmente, las copas de los árboles
amortiguan el impacto de las gotas de lluvia que de otra manera podrían sacar
las partículas de tierra y aumentar las posibilidades de erosión.
Destrucción de bosques en la región andina
La expansión del cultivo, la producción y el tráfico de coca en Perú, Bolivia
y Colombia ha causado la destrucción de por lo menos 2,4 millones de hectáreas
de frágil bosque tropical en la región andina en los últimos 20 años. El
deterioro ambiental generado por el cultivo ilícito de coca es acumulativo e
incluye no sólo el impacto del cultivo actual sino también el de las áreas que
quedan abandonadas a través del tiempo y la tierra despejada para ser utilizada
para sostener a la población dedicada al narcotráfico. El cultivo tradicional de
coca, por ejemplo, como el practicado por los grupos indígenas en Bolivia,
probablemente causa menos daño ambiental porque sucede en áreas cultivadas desde
hace mucho tiempo. Sin embargo, el cultivo ilícito de coca es producido a gran
escala (a menudo por provenientes de las ciudades) quienes tienen la tendencia a
ignorar las técnicas de siembra tradicional (tales como el uso de terrazas) y en
su búsqueda de ganancias, causan graves daños ambientales en zonas agrícolas
vírgenes, para suplir la demanda de los mercados externos. La siembra de
cultivos ilícitos ha acelerado dramáticamente la fragmentación de los bosques en
muchas áreas de la región andina. Actualmente, la fragmentación de los bosques
como resultado del cultivo de coca en el sur de Colombia, cerca de la frontera
con Ecuador, es fácilmente documentada y cuantificada utilizando imágenes
satelitales.
Imágenes satelitales del deterioro ambiental causado por
los narcóticos
Con la llegada de las sofisticadas imágenes satelitales, la relación entre
cultivos ilícitos y deterioro ambiental ha podido establecerse con certeza. El
satélite IKONOS, lanzado en 1999 por la compañía estadounidense Space Imaging,
permite a los científicos distinguir objetos hasta de un metro de largo en la
superficie de la tierra y, rápidamente se ha convertido en una de las
herramientas disponibles más poderosas para definir la naturaleza y extensión de
dicho daño ambiental.
Por medio de la recolección de información visual, este sensible satélite
ha ayudado a los expertos a medir el impacto del daño ambiental relacionado con
los narcóticos en Colombia, Bolivia y Perú. Los bosques tropicales en esta
región se están agotando a una tasa alarmante, y un factor importante en esta
tendencia es la siembra de cultivos ilícitos: marihuana, coca y amapola. La
deforestación, la erosión del suelo y el agotamiento de sus nutrientes, junto
con la sedimentación de las cuencas y la extinción de especies enteras de flora
y fauna, están entre l más inquietantes efectos secundarios de los cultivos
ilícitos.
Las imágenes recientes del satélite IKONOS han servido para localizar
algunas de las diferencias que se había sospechado existían entre las áreas de
tierra utilizadas por los campesinos y las áreas cultivadas con propósitos
ilícitos. A diferencia de los cultivadores campesinos practican agricultura de
subsistencia, los cultivadores de coca generalmente buscan trabajar en zonas
escondidas para no ser detectados fácilmente. Por el miedo a la ley y por no
querer llamar la atención, estos cultivadores prefieren sitios aislados y
lejanos, en colinas empinadas y terrenos de difícil acceso. Las imágenes
satelitales, sin embargo, pueden identificar claramente los cultivos ilícitos
sembrados en las zonas selváticas que han sido despejadas.
Además, las imágenes satelitales han confirmado que las cosechas de
cultivos ilícitos han afectado parques nacionales y reservas biológicas en los
países andinos. Un ejemplo típico es la deforestación de la reserva del parque
natural al oeste de la región del Chapare en Bolivia. Los gobiernos de Bolivia,
Colombia y Perú han tenido serias dificultades para disminuir la tasa de
deforestación. Como resultado, han sido destruidos algunos de los más
importantes ecosistemas en la parte alta de la Cuenca del Amazonas. Estudios
señalan que si estas regiones vulnerables no son adecuadamente protegidas, las
actuales reservas forestales serán consumidas en menos de 40 años.
Ejemplos históricos: Perú y Bolivia
Perú y Bolivia ofrecen un precedente histórico muy claro del impacto
ambiental generado por los cultivos ilícitos, aunque entre los años 1992 y 2000
ambos países redujeron dramáticamente la extensión de los cultivos de coca.
Según el Informe sobre la Estrategia Internacional de Control de Narcóticos de
2001, preparado por el Gobierno estadounidense, el cultivo de coca en Bolivia
disminuyó durante ese período, de 48.000 a 22.000 hectáreas, llegando casi a la
eliminación total de éste. Las cifras correspondientes a Perú fueron aún más
dramáticas, pues la cantidad de tierra utilizada para el cultivo de coca cayó de
129.000 a menos de 34.000 hectáreas.
El crecimiento de los cultivos de coca en ambos países durante los años
setenta y ochenta suministró pruebas suficientes de como los cultivos ilícito
llevan a la destrucción de los recursos del bosque tropical. Según un
ambientalista peruano, la hoja de coca fue el cultivo más cosechado en el
Amazonas peruano durante los años ochenta y el responsable de un porcentaje
significativo de la deforestación durante las décadas del setenta y ochenta.
Según cálculos del Departamento de Estado, a principios de la década del setenta
el cultivo de coca en Perú llegó sólo a 16.000 hectáreas y gran parte se utilizó
para suplir las necesidades de la población indígena. Un estudio adelantado por
un experto forestal peruano mencionó que entre 1970 y 1987 la destrucción de
bosques tropicales producto del cultivo de coca en el Valle del Alto Huallaga
llegó a más de 200.000 hectáreas. Según un estudio realizado en 1987, a lo largo
de la cuenca peruana del Río Amazonas, las plantaciones de coca y las
actividades de su procesamiento y tráfico, causaron la destrucción de 700.000
hectáreas adicionales de bosque (el 10% de la destrucción de bosque tropical en
Perú durante el siglo).
En Bolivia, el despeje por medio de la tala y quema para nuevos cultivos
de coca tuvo como resultado la destrucción de casi 40.000 hectáreas de bosque en
la región del Chapare desde la mitad de la década del ochenta hasta el final de
los años noventa. Algunos cultivadores de narcóticos, anticipándose a los
programas gubernamentales de erradicación de cultivos, ampliaron y
descentralizaron sus plantaciones, contribuyendo adicionalmente al aumento del
número de áreas arrasadas para el cultivo de coca. Aún el uso tradicional de
terrazas por los cultivadores en la región de Yungas al oeste boliviano, no fue
suficiente para evitar la erosión. Como en el caso de las viejas áreas de
cultivo en Perú, más y más tierra boliviana quedó vulnerable a la erosión a
medida que los cultivadores abandonaron campos desgastados y comenzaron en
nuevos campos.
El despeje del bosque tropical para los cultivos ilícitos en la región
andina contribuyó al cambio de los patrones en los recursos hídricos del
Amazonas. Según un estudio realizado en 1980 por la asociación estadounidense
para el progreso de la ciencia (American Association for the Advancement of
Science), entre 1960 y 1970 las inundaciones estacionales del Río Huallaga en
Tingo María, aumentaron significativamente debido a la gran afluencia generada
por la deforestación de la cuenca. En noviembre de 1987, según informes de
prensa en Lima, lluvias fuertes en el Valle del Alto Huallaga provocaron la peor
inundación en la historia del Perú, causando grandes avalanchas que acabaron con
la vida de un sinnúmero de residentes rurales.
Colombia
La deforestación causada por los cultivadores de coca fue menos severa
durante los años setenta y ochenta en Colombia que en Perú o Bolivia. Pero esta
situación cambió durante los años noventa cuando los narcotraficantes comenzaron
a utilizar más el territorio colombiano para sus cultivos ilícitos. En Colombia
el cultivo de coca aumentó en 27.000 hectáreas, o sea, el 175%, entre 1985 y
1989. Esta tendencia se disparó posteriormente durante gran parte de los años
noventa, especialmente en los departamentos de Putumayo y Caquetá, y en los
llanos orientales de Colombia. Según el Informe sobre la Estrategia
Internacional de Control de Narcóticos de 2001, el área total utilizada en
Colombia para cultivar coca se cuadruplicó, de 38.000 hectáreas en 1992 a
136.000 en el año 2000. En respuesta, el Gobierno de Colombia lanzó a finales
del año 2000 una gran campaña de fumigación en el departamento de Caquetá y el
suroeste de Putumayo, siendo este último el sitio con mayor densidad de cultivos
de coca en el mundo y la mayor expansión del cultivo de coca en Colombia. Aunque
el Gobierno colombiano llevaba un tiempo fumigando en otras partes del país, no
había fumigado en Putumayo anteriormente. Desde finales de diciembre de 2000
hasta principios de febrero de 2001, cerca de 20.000 hectáreas de coca fueron
erradicadas de manera efectiva por medio de la fumigación aérea en Caquetá y
Putumayo.
Según estudios académicos, los cultivadores colombianos abandonan sus
campos después de tres o cuatro años, a medida que la producción de sus cultivos
disminuye, pero en Perú y Bolivia el promedio de vida del terreno para cultivo
de coca es de 15 a 20 años. Así, los campos son abandonados y se arrasa más
bosque tropical para reemplazar los cultivos de coca. El extenso despeje de
tierra para la producción de otro cultivo ilícito en Colombia, la amapola,
aumentó los daños y las muertes causados por avalanchas originadas por
terremotos en el occidente de Colombia hacia finales de los años noventa.
Ante la creciente presión gubernamental sobre las actividades del
narcotráfico en Perú y Bolivia, el cultivo de coca se trasladó incrementalmente
en los años noventa de estos dos países hacia el este y suroeste de Colombia
(especialmente hacia los departamentos de Caquetá y Putumayo), donde más de
101.250 hectáreas de bosque tropical han sido arrasadas y sembradas de coca.
Adicionalmente se calcula que de 6.000 a 8.100 hectáreas de bosque tropical,
principalmente en las regiones montañosas de los Andes colombianos, han sido
despejadas para sembrar amapola, la materia prima utilizada para la producción
de la pasta de opio.
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